23.6.09

Y más cuentos desde la selva (continuación 1 ).

Parte segunda

Mientras llovía esa noche mi compañero el Sr Jiménez y yo fuimos testigos de una emergencia de anfibios, brotaban de por doquier, no faltaban los rugosos sapos y menos las gráciles ranas.
Cabe hacer notar que ese día pudimos ver un par de aquellos esquivos batracios que íbamos a buscar, aunque si bien solo pudimos capturar uno para efectuarle el debido análisis métrico, descubrimos que se había capturado otra hembra, detalle acentuado todavía por su nulo canto.
El aire húmedo, el fresco de la selva y el mismo lugar por un instante me cautivaron notoriamente, si bien no era la primera vez que este hombre veía la selva y estaba en ella siempre le he profesado un agrado y un respeto que detienen mi mente, la liberan de presiones mundanas y me deleito en la contemplativa del momento.
Al continuar la noche, la lluvia cedió, cosa que no agrado al caballero Jiménez, de cualquier modo ese breve (para la selva) chubasco había levantado más vida de la que ya de por si se percibía, y el animo de trabajo de Sr Jiménez se acrecentó.
Con sueños y esperanzas para este viaje decidimos descansar y ponernos a dormir con una sinfonía extravagante de insectos y animales indescriptibles en el fondo, que perdidos en la profunda obscuridad cantan con locura a la noche.
Al amanecer y con ánimos reforzados comenzamos nuestra rutina previamente planificada, aunque seguramente eventualmente iríamos haciendo cambios según las necesidades.

Primero un poco de acondicionamiento físico general para mejorar la condición física y poder responder mejor a las exigencias de vida en la selva.
Nuestras habituales vidas en la ciudad, curiosamente definida como los progresistas como una jungla de asfalto aunque creo yo que se trata de un chiste local, nos habían habituado a caminatas cortas seguidas de la equitación, en hipopótamos de metal, la comida disponible a toda hora y los vicios de la estupidez televisada y otros entretenimientos considerados como decadentes y aún así aceptados en nuestra sociedad, también decadente, nos habían dejado conforme a las teorías de la selección natural, lo mejor adaptados a ese medio, afortunadamente y considerando las mismas posibilidades aún somos caballeros si no respetables, adaptables y con un poco de esfuerzo pronto las caminatas largas y extenuantes serán recorridos habituales.
Tras el desayuno, que al igual que la cena tiene la cualidad de provocar amnesia en cuanto el menú, pero afortunadamente sigue siendo energético y funcional, decidimos retozar un poco en el campamento antes de ir hacia una laguna no muy lejos de ahí, -como a medio día de camino- referían los lugareños.
Una vez equipados nos comenzamos a mover.
Durante el camino, atravesamos extensas zonas habitadas por variedades grandes y en su mayoría desconocidas para las ciencias modernas, aunque espero que no para las futuras, de criaturas y forestas, sé por lo que he visto y entendido que hay más de lo que realmente llega a apreciar uno con sus ojos.
Yo en mi ávido deseo de retratista, no deje de retratar paisajes, algunos hongos, y variedades de invertebrados exóticas a mis ojos.
Aunque con el paso del camino nos percatamos que una bestia común era el centípodo gigante, un insecto vermiforme (aunque yo diría locomotoriforme) cuyo ataque puede ser peligroso gracias a su potente veneno que en reacción con nuestra sangre genera cianuro, indudablemente mortal.
Si bien la mayoría de aquellos seres extraños a la vista de nosotros, son letales, solo vasta con azuzarlos con las varas para que cambien su camino, o bien solo pasarles de largo pues son concientes de su peligrosidad y evitan hacer exhibiciones, limitándose a comer, andorrear o reproducirse.
Tampoco faltan los saltamontes, solo que en estas latitudes, son grandes y suelen dar patadas al agresor o al transeúnte desprevenido, si bien no llegan al tamaño de un caballo como para que la patada fuera considerada letal por su fuerza, lo es por las espinas que la providencia de la selva les otorgo para que no sean un bocado tan fácil.
Sus espinas pueden penetrar la carne y lógicamente causar heridas, cosa que comprobó el Sr Jiménez que en acto de amabilidad trato de atrapar uno para que este su servidor le hiciera un retrato.
El camino se torno algo largo para estos pies inexpertos y acostumbrados a la pereza citadina y en ocasiones algo desesperante al cuerpo aún mal aclimatado.
No obstante la belleza intrínseca de la selva y la emoción del viaje fueron el alimento que nuestros espíritus consumieron para no hacernos desfallecer.
Quiero hacer notar en este punto que si bien las distancias suenan largas pero caminables, debo recordar a mis lectores que el clima de la selva hace los cuerpos mal acostumbrados, propensos a la emisión de sudor, otro detalle para aquellos que quieran demeritar nuestra aventura es que si bien se hallan cómodos en un sillón leyendo esta crónica, y si les hace falta viajar una larga distancia es cosa de según su fortuna usar un automotor público o personal, y que incluso el asfalto y las avenidas son cómodas por no presentar una gran cantidad de irregularidades topográficas o incluso deformidades incomodas para el que transita (aunque algunos usuarios de las avenidas para automotores puedan pensar lo mismo del estado de las calles de la ciudad, aquí es mas difícil que eso)
Otro detalle no menos importante es la cantidad de criaturas que habitan aquí, muchas de ellas ajenas a nuestra existencia y prestas a causarnos daño, si bien parece lo mismo que en la ciudad, de menos podemos decirles que en la ciudad ya les conocemos las mañas a los indeseables, estafadores, políticos, ladrones y policías. Y aquí las nobles bestias carecen de todo eso por lo que son inmunes al soborno, la suplica y el tributo.
Varias veces durante el camino notamos que los ríos eran pequeños en referencia a las crónicas de antiguos viajeros, cosa que solo suponía una extrema sequía en la zona y por lo tanto arduo trabajo para el aspirante a biologista Sr Jiménez.
A medio camino topamos una aldea perteneciente a gente nativa de la zona.
Si bien no entablamos palabra con ellos, sabíamos que nos observaban desde sus chozas primitivas, pero deberíamos de tener cuidado pues si bien son ajenos a nuestras tecnologías y bienestar, no son extraños a la codicia de intercambiar nuestras pertenencias por comida, licor y mujeres con los otros pueblos establecidos en los límites de la selva.
Un hecho notable es que ante la llegada del hombre “civilizado” lo único que se quedo en la zona fueron los vicios y la codicia. En contraparte de sus anteriores costumbres que solo incluían el canibalismo ocasional.
Tras seguir caminando y seguir viendo brazos del río algo desecados llegamos a un estanque en las profundidades de la selva donde la cantidad de flora crea una zona fresca libre casi del sol en parte por la presencia de una planta tropical, cuyas hojas son mas largas que la altura de un hombre.
En dicho lugar y en dicha charca, topamos para deleite del Sr Jiménez, un coro de ranas acuáticas, que con esfuerzo y maña logré retratar a uno de aquellos batracios escurridizos.
Seguido a eso continuamos y pasamos por un bosque de hongos, un bosque dentro de un bosque, donde los hongos pálidos y ligeramente monstruosos hacían parecer el lugar como algo completamente fuera de la percepción.
En cuanto salimos del bosque tropical, dimos con un claro, entonces nos dispusimos a seguir los relatos que hablaban sobre una pequeña villa cuyo bien era una laguna de agua azul, recordemos que en esos tiempos la gente no pensaba en monedas ni automotores, si no en poder comer y refrescarse.
Ahora no aprecian tanto el agua si no para cultivar sus alimentos.
Al llegar quede maravillado, pues era como uno de mis antepasados había descrito, “un lago en la bruma, rodeado por una montaña, perdido en la espesura del jade de la selva”.
¡Que alegría!, ¡que dicha!.
Ahí en la selva estaba aquella laguna en la que uno de mis antepasados había estado y ese día entendió la paz del universo.
En referencia, sé muy poco, pero aquel antepasado una vez tuvo la suerte de venir hasta acá en sus viajes, un asceta, que tras meditar encontró la paz.
Yo heredé esa necesidad de buscar paz, de buscar la calma y la belleza.
Y por los relatos había soñado con este lugar, que sin duda superaba lo que mis pueriles fantasías habían fabricado.
Sin pensarlo mucho decidimos meternos a la laguna y disfrutar de la fresca y casi transparente agua.
En ese lugar hallé parte de la paz que he buscado desde que tengo memoria.
Estando ahí desee poder regresar en otra ocasión, o volverme un asceta y quedarme a vivir en ese lugar.
Pero mis aspiraciones y mis sueños como retratista no me dejarían en paz por ahora, pero si me permitirían disfrutar el instante.
Si bien el regocijo me llenó, debíamos regresar antes de que nos alcanzara la noche.
Por fortuna al saber el camino, era más rápido el retorno siempre y cuando no tuviéramos algún problema adicional al viaje.
Tomamos nuestras cosas, y felices pero apresurados regresamos.
Yo pensaba gustoso en regresar a la ciudad para mostrarle mis fotos a la gente que quiero, y quizás un día regresar para compartir mi dicha por tal lugar…
(Continuara)

No hay comentarios:

Publicar un comentario