11.7.09

Y más cuentos desde la selva (continuación 6 ).

Parte séptima

Después de múltiples peripecias y aventuras, ¡por fin había llovido!, no como aquel chubasco que aunque fuerte no tiene la intensidad ni la duración de lo que en la selva se considera lluvia.
La noche que comenzó a llover, un leve frescor inundo la zona, y después de una cena nos dispusimos a continuar animosos con nuestros ejercicios para ganar condición, si bien ya no viajaríamos grandes distancias siempre es sano poseer algo de buena condición física.
A la mañana siguiente seguía cayendo una leve llovizna y las nubes mostraban un cielo gris, se podía ver una selva grisácea y ligeramente vaporosa porque las temperaturas aún con la lluvia son lo suficientemente elevadas, lo suficiente, como para causar pequeñas neblinas, por lo menos aquí, dice Braum que en el amazonas y las enigmáticas selvas del congo se forman verdaderas nubes en las selvas.
Aún así la atmosfera era blanquecina, con una luz suave y perfecta, la belleza de un día lluvioso en este caso que era más que deseado, me animo en sobre manera.
Si bien por las especificaciones de mi cámara fotográfica no seria ni recomendable trabajar afuera con tanta humedad en el aire, decidí regocijarme con una de las pocas comodidades del lugar; un té y una silla con escritorio, dejando la entrada libre en mi habitación correspondiente del campamento, podía leer mientras escuchaba gloriosa música y bebía un calido té.
Podía regocijarme con el leve murmullo de la lluvia sobre las hojas de la selva circundante, el aroma del té calmaba mi espíritu y me sentía pleno y aliviado.
Ese día recuerdo haberme deleitado con la primera parte del Fausto de Goethe.
Al llegar la comida, no olvide mi dicha, aunque si bien el plato principal era algún hijo de la falta de ingredientes y la desquiciada visión e improvisación de la cocinera había algo que si bien no recuerdo haber dicho, a veces salvaba las comidas, era el fortuito hecho de que contaban con un agraciado y sabroso postre, algo como una pasta informe e innombrable que tenia una textura suave, algo de sabor ligero y dulce, aderezado con el gusto de canela y un poco de vainilla.
Adjudique su buen sabor a la falta de alimentos a los que estoy acostumbrado pero en una de esas logre darme a la fuga un rato y aproveche para comer junto con mi amigo el Sr Jiménez algo decente en el Katemam-acko, si bien los platillos principales, junto con las muy gratas y tradicionales tortillas eran más que un deleite note que la curiosa pasta que a veces hacia la cocinera no estaba del todo errada del buen gusto.
En lo que respecta a ese día nos alistamos de nuevo para trabajar de noche, no había que demorarse más.
Esta ocasión el cobijo de la selva y la cierta cercanía y respaldo del campamento nos prometían algo de seguridad.
Tras cenar lo más temprano posible, nos preparamos e hicimos un breve retozo para asegurar una buena digestión (necesaria con la calidad de los alimentos).
Pronto nos dirigimos hacia la charca que habíamos encontrado, con paso lento llegamos a la bóveda obscura en la selva.
A pesar de que habíamos logrado salir bien de cierto modo en el incidente, preferimos que yo hiciera guardia ante cualquier posibilidad mientras mi amigo se dedicaba a realizar su trabajo.
Ya una vez ubicado su lugar de estudio y reconocida su especie y su canto, ¿qué más habría que hacer?
El primer paso era capturar la mayor cantidad de ranas de su especie, que se hallasen en el sitio, para este criterio se escogerían únicamente los machos, quienes son los que establecen los sitios de apareamiento, atrayendo atentas hembras con su canto.
Por su parte el Sr Jiménez les tomaría medidas y con un procedimiento considerablemente brutal pero económicamente adecuado a las necesidades de la academia mexicana de biologistas: cortarles dedos de las patas, en una secuencia específica y previamente descrita por los expertos, con tal de generarles un código de reconocimiento, esto lógicamente a los inocentes batracios ajenos a toda ciencia e interés humano, les parece sano, indoloro y poco molesto dado que sus tendencias arborícolas poco hacen uso de sus dedos para moverse y trepar, sin hablar claro del hecho de que para los efectos de ecología, la pérdida de un dedo es lógicamente insignificante considerando que un organismo completamente dotado de sus apéndices no tiene ventajas para el abrazo nupcial, típico de los batracios, ni le ayudara a moverse más rápido, ni siquiera es considerable el gasto energético – metabólico que tiene que hacer el organismo para curarse la herida y evitar caer presa de oportunistas bacterianos y fúngicos.
Una vez “etiquetados” los organismos se les otorga libertad, marcando su lugar de captura en un mapa del área de estudio.
Adelantando un poco las tareas del día siguiente, mencionare que una vez hecho esto se procede con luz diurna a medir las distancias entre machos, más tarde para la siguiente noche se ira a anotar si hay recapturas, afortunadamente para los batracios ya no hay más mutilaciones, sólo el susto de ser atrapados, reconocidos por sus carencias en los dedos y posteriormente se les libera no sin antes ubicar su posición en el mapa para las subsecuentes mediciones.
En lo que a mí respecta…
Tenia que vigilar toda la noche mientras estuviéramos ahí.
En cada momento, cada pisada, cada rama rota, cada gota de agua que se condesaba y armaba un pequeño estruendo, cada zumbido, cada movimiento de agua…
Todo eso era mi obligación a verificar, no podía descuidarnos y dejarnos nuevamente a la sorpresa.
Para mis malos ratos, la selva es un lugar muy activo de noche por lo que entre los cantos nocturnos de extrañas criaturas tampoco faltaban los aullidos de los monos y algunas otras criaturas, tampoco faltaban los cantos de otros tipos de ranas, insectos y algunas aves.
La lámpara de cabeza que portaba tampoco me hacia las cosas fáciles.
Entre las sombras que provocaba a mi alrededor y los insectos que iban y revoloteaban en mi cara, no podía yo lograr tranquilizarme un poco.
Afortunadamente veía que mi amigo progresaba con su trabajo y que gustoso, feliz, colectaba a sus ranas.
Valía la pena.
Tras un rato de psicosis paranoide para mi, mi amigo salía satisfecho de su charca y sus palabras de que por esa noche ya habíamos terminado me tornaban sumamente feliz, la tensión que engendraba toda esa cacofonía y todas esas sombras en la noche…
Aún así el regreso lo hacíamos con precaución.
Pasada la noche y la mañana en la que descansamos y desayunamos respectivamente, regresamos para hacer mediciones, momento en el cual me di a la cacería fotográfica de libélulas, me agrada las líneas intrincadas de sus alas y sus colores metálicos, considero además que captar el momento de paz de un animal tan ágil y veloz es algo hermoso e interesante a la vista, no obstante para mí fue sumamente difícil poder congelar la imagen sin que se viera movida o mal enfocada, quería que realmente mostrara tanto la forma del cuerpo como las líneas intrincadas de las alas, esto con las limitantes de mis lentes, pues soy un retratista novato, y aunque con técnica, el dinero logra maravillas, por ejemplo buen equipo.
Ese día estuve andorreando y tomando fotos.
Al pasar la cena ya estaba de nuevo listo para montar guardia, pues ¡éramos los únicos pobres diablos que trabajábamos de noche!
Mientras montaba guardia y peleaba con una polilla para que me dejara de estorbar la visión, en el riachuelo que apenas se llenaba con la lluvia, escuchamos un ruido fuerte como pisadas.
Tras alumbrar con sorpresa, vimos un enorme armadillo.

Conocidos como Xenarthros, desdentados de las americas del sur, son mamíferos blindados, poseen una piel rugosa y peluda que esta protegida con una serie de placas similares a las osteodermos de los cocodrilianos, su vista aunque pobre se complementa con un buen olfato, en el caso de los pequeños es grato para ellos enroscarse y protegerse, pero estos gigantes poseian una ferocidad propia de sus posibilidades.
Armados con grandes garras que por los informes de Autzberth son capaces de matar perros de un sólo golpe, nos deja una impresión bastante fuerte como su olor.
Aquel animal a diferencia de sus parientes enanos, era un verdadero monstruo más grande que un jabalí, tras olisquearnos a la distancia, se irguió sobre sus patas traseras y mostrando sus enormes garras nos amenazó, con velocidad y valor, lo cercamos y con algo de desodorante en su cara lo hicimos correr aturdido, el animal aunque grande y fuerte y probablemente inmune a nuestras armas sucumbió al ingenio humano.
Al terminar mi amigo de recolectar y etiquetar nuevas ranas, regresamos contentos.
Durante unos días más que pasaron sin problemas seguimos trabajando a gusto…
(Continuará)

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