25.6.10

Para cuando te hayas ido (a Fausto)…

"El que no ha tenido un perro no sabe qué es querer y ser querido."
-Arthur Schopenhauer-

Un perro es por antonomasia el mejor amigo del ser humano, naturalmente habrá quien discrepe, quien vea sumisión y facilismo en su comportamiento.
No se puede negar algo de esto.
Para aquellos que hayan tenido un perro, conocen y sienten lo que es su amor, es puro, donde el ancestral lobo hace manada, es más fácil ver a un perro en soledad, en expectativa de la suave caricia de la mano…
Fuimos dichosos al criar a un ser tan noble, y aún así sabemos que a veces les pedimos demasiado.
Ellos no nos pidieron estar a nuestro lado, nosotros fuimos quienes los trajimos, nosotros los llevamos por la vasta estepa y por los monumentales glaciares; por las sabanas y sus leones; por los desiertos aún hasta nuestra absurda muerte; nos siguieron con valentía y coraje al otro lado del océano y hasta con triste obediencia fueron al espacio más allá del circulo de nuestra Tierra, que temíamos enfrentar, fueron el sacrificio para obtener el conocimiento…
Estuvieron como vigías a nuestro paso lento y azaroso, pelearon con fiereza las batallas en las que no percibirían ni gloria ni riqueza; fueron la compañía del moribundo y del poeta, la compañía del abandonado y el viajero; los sabuesos del opulento y el monarca; el inseparable del pobre y el desposeído con quien compartió las migajas y la escoria.
Cuidaron de nosotros, de nuestros hijos, de nuestros campos, de nuestro ganado aún en contra de sus ancestros los lobos y el imperial puma, nos cuidaron de nosotros mismos.
Con valentía y sin arrogancia, con coraje, con honestidad y lealtad, incluso con honor, un perro esta para nosotros, aún cuando descreemos de nosotros mismos y de los demás.
El cariño de un can es único, es distinto de cualquier cosa y sensación que nos pueda proporcionar hombre o mujer cualquiera. Aún la pérdida de un amigo, aún cuando se comparte la culpa, aún cuando uno haya sido el máximo traidor; ahí estará él, fiel, siempre honesto, siempre dispuesto.
Porque si los Persas se sorprendieron de las olimpiadas griegas al saber que sus participantes peleaban por el honor de una rama de olivo en lugar de una corona de oro, más debemos sorprendernos y regocijarnos de nuestro compañero, el perro; no peleará por nada más desinteresado que por nosotros, su honor, su gloria excelsa, el final de su sacrificio, somos nosotros.
Aún en la perdida de un amor, sabremos que los buenos tiempos fueron felices, y que todavía queda el mañana, incluso en la resignación…
Recuerdo a Marguerite Yourcenar al decir: “Soporto tus defectos. Uno se resigna a los defectos de Dios. Soporto tu ausencia. Uno se resigna a la ausencia de Dios”.
Pero el amor de un perro no se puede comparar, es muy diferente, un amor siempre será un dulce amor, un bello amor donde damos el uno al otro.
El cariño leal del perro a nosotros no nos pide ser diferentes, nos acepta completos y si bien quizás no sea su fin nuestra felicidad, son sensibles a nuestro dolor, a nuestro animo, y ellos en reciprocidad se tornan alegres y efusivos donde nuestra pena es grave.
Sin condiciones, sin preguntas. Su respuesta es un cariño cálido, su lomo, su cabecita, sus patitas, todo el perro responde alegre a la más mínima atención y ese amor en los corazones grandes trae un regocijo en los tiempos duros.
En la perdida del compañero se conoce el vacio que llenaba. Y es ahí que notamos el tipo de amor que nos da, hay quienes a lo largo de su vida han mantenido y mimado a sus perros y saben lo duro que es perder a uno.
Habrá quienes critiquen como exagerados a aquellos quienes sufran la pérdida de un animal, que nunca nos dirá que nos quiere, que no entenderá nuestras lágrimas ni nuestra pasión, que no sabe ni siente al amor, que en aquellos ojillos curiosos reconoce al animal cargado de instinto y hambre.
Tampoco es equiparable la pérdida como con la de una persona que haya traído belleza a nuestras vidas, pero en el gesto honesto, en el vaivén del rabo de nuestro can, veremos una emoción por estar a nuestro lado, por vivir.
Esa emoción que sin hablar, comunican, es parte vital del sentimiento que llena nuestros corazones y nuestras vidas.
Aún en el entramado indescifrable de causas y azares que es el universo sabemos que al encontrarse nuestras vidas, habrán de cambiar inevitable e indeleblemente.
En algunos casos, la escritura con filigrana que es el mal llamado destino, nos trae sorpresas inimaginables, a veces no imaginamos que aventura yace a la vuelta de la esquina o gestándose en otro continente del cual no tenemos aparente relación.
Parece que cada historia irrepetible e inevitable que nos lleva al ocaso estaba previamente orquestada con trágica y maravillosa excelencia.
Y hoy uno a veces piensa que hay instantes en el universo, de suma crueldad.
En el caso de algunas historias, a veces todo se reduce a un instante, un instante efímero y eterno como la memoria, donde un encuentro, donde desemboca el cause de una historia y se une a otra, una nueva, una historia de compañía, en algunos casos el encuentro no fue planeado, algo más bien fortuito, y no obstante parece que uno hubo de nacer para encontrarse con el otro, esto sólo pasa en otros dos casos en el ser humano, cuando se haya a un amigo o a un amor…
Un perro no es nuestro cómplice, pero puede que sea participe de nuestras fechorías, no beberá con nosotros ni llorara a nuestro lado, pero seguirá nuestro paso hasta el horizonte infinito y el ocaso.
Un perro no nos hará completamente felices, no nos hará sentirnos plenos y mágicos, místicos y memoriosos como con el amor, un perro estará ahí donde haga falta, en la soledad o en la compañía, antes o después de los hijos, antes o después de la despedida.
El perro amablemente, sin exigir nada de vuelta, nos dará su amor aun cuando sólo llene un huequito, nos hará más completos y grandes.
Cualquiera que haya tenido un perro, cualquiera que sienta ahora el calor de uno, cualquiera que sepa que afuera duerme cuidándonos, entiende ese amor único del perro.
Hay gatos inolvidables, que como ángeles vigilan en ausencia, que como la voz divina se escucha en silencio, que inundan con su presencia.
Habrá otras mascotas ejemplares, con sus cualidades, no hay nada más dulce que querer a un animal pues en su inocencia se disfruta del amor desinteresado y leal.
Pero como un perro no hay otro animal, y como un perro tampoco hay otro igual.
Ellos sienten nuestra presencia, escuchan nuestra voz aún a la distancia, huelen nuestra esencia, nos reconocen, igual obreros apestosos que fragantes y principescos.
Conocen el latido de nuestro corazón y el sonido de nuestros pasos, conocen intimidades que nosotros mismos desconocemos y en estas es de donde surge la unión.


Para cuando te hayas ido, amigo mío, te habré de llorar como te lloro ahora, aún cuando no sepas leer y no sepas precisamente que es lo que pasa, que ignores la existencia de un dios vago e impersonal, aún cuando ignores algunos de los infinitos mecanismos del caos divino, yo te quiero.
Si fue poco el tiempo, si fueron varias la penas, si te tuve que dejar solo, siempre te ame.
Mi niño…
Mi amigo, mi compañero, en tu ausencia el recuerdo tuyo que enraizó en mi corazón me hará un poco más feliz y un poco más triste, te extrañaré, porque sólo tu sabes eso que sentías cada vez que llegaba, cuando regresaba hecho pedazos, cuando regresaba victorioso, cuando sólo llegaba para verte, cuando sólo tu eras mi compañía, cuando en mis noches yacías a mis pies, cuando jugábamos, y en tu jubilo veía la hermosura de la fuerza dinámica que es la vida, cuya traducción es sin duda el amor.
Nunca me dijiste cuan feliz te hacia, pero tu compañía me hacia sumamente feliz.
A veces en la tristeza con sólo abrazarte bastaba para hacerme sentir un poco mejor.
Desde que te vi, desde que viniste a mi, desde que llegaste, mi corazón fue un poquito mejor, maravillaste mi existencia y en hermosura colmaste mis días con la bendición de tu amor.
En tu efusividad explosiva no había duda alguna del cariño con que me esperabas.
En tu paz y tu sueño no había duda de que te sentía bien a mi lado.
Oh dulce niño mío, ¡ojalá que regreses!, ¡ojalá que nunca te fueras!
Pero el universo que trazó nuestro encuentro, dibujo tu partida, fue poco el tiempo, aún si no vivo para más allá de mañana, o si vivo otros años, tu paso fue discreto pero tu huella es imborrable.

Aún si mi mano debe ser la que te transporte al hades, ¡oh mi dulce!, por favor entiende que te quise ahorrar el sufrimiento, ¡que estaré contigo hasta el último latido!, en lealtad hacia ti, porque aún en tu torpe ignorancia, posees bella inocencia y no hay nada que se le compare.
Desearía que nos reconciliáramos, en la obscuridad distante, donde como partículas nos una de nuevo el universo, como energía discreta y viajera, que junto al amor nos una el fin, en el infinito…

Espero con fe que nos reunamos de nuevo, como espero con fe que me reúna con el amor…


El universo habló y su veredicto es irrevocable:

“Who possessed Beauty without Vanity,
Strength without Insolence,
Courage without Ferocity,
And all the virtues of Man, without his Vices.
This Praise, which would be unmeaning Flattery
If inscribed over human ashes,
Is but a just tribute to the Memory of
(...), a DOG”

Lord Byron to his loved Dog

Adios, siempre te quise, ahora descansa en paz...

-Chars-